El déficit fiscal es uno de los problemas económicos más persistentes en los estados en desarrollo. Se refiere a la situación en la que los ingresos del gobierno no son suficientes para cubrir sus gastos, lo que genera una brecha financiera que debe ser financiada, ya sea mediante endeudamiento interno o externo, o a través de la emisión de dinero. Este fenómeno tiene profundas implicaciones para las economías de los países en desarrollo, afectando tanto su estabilidad macroeconómica como su capacidad para promover el crecimiento económico y la reducción de la pobreza.
Sus causas
En los estados en desarrollo, el déficit fiscal suele estar vinculado a una combinación de factores estructurales y coyunturales.
Entre los factores estructurales, destaca la baja capacidad recaudatoria. Muchos países en desarrollo tienen sistemas tributarios débiles, caracterizados por una alta evasión fiscal, una base impositiva estrecha y una dependencia excesiva de impuestos regresivos como los impuestos indirectos, por ejemplo, el IVA. La informalidad económica, que es muy elevada en muchas economías en desarrollo, también dificulta la recaudación de ingresos fiscales.
Por otro lado, las presiones sobre el gasto público también contribuyen al déficit fiscal. Los gobiernos de los países en desarrollo suelen enfrentar la necesidad de realizar importantes inversiones en infraestructura, salud, educación y otros servicios básicos para impulsar el crecimiento económico y mejorar el bienestar de sus poblaciones. Sin embargo, estas inversiones, que son necesarias a largo plazo, generan grandes necesidades de financiamiento a corto plazo.
A esto se suman las crisis económicas y políticas, así como factores externos como los choques en los precios de las materias primas o las fluctuaciones en los flujos de capitales internacionales, que pueden agravar la situación fiscal de estos países. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, muchos gobiernos de países en desarrollo se vieron obligados a aumentar el gasto en salud y protección social, mientras que los ingresos fiscales disminuían drásticamente debido a la recesión económica.
Sus consecuencias
El déficit fiscal persistente tiene varias consecuencias negativas para los estados en desarrollo.
En primer lugar, el endeudamiento creciente para financiar el déficit puede llevar a una crisis de deuda. Muchos países en desarrollo ya enfrentan niveles insostenibles de deuda, lo que limita su capacidad para acceder a financiamiento en los mercados internacionales y aumenta el costo del servicio de la deuda, reduciendo los recursos disponibles para inversiones productivas.
Además, un déficit fiscal elevado puede contribuir a la inflación, especialmente cuando se recurre a la emisión de dinero para financiarlo. La inflación erosiona el poder adquisitivo de las familias, especialmente de las más pobres, y puede generar inestabilidad económica y social.
En algunos casos, las expectativas de inflación pueden llevar a una fuga de capitales y a la depreciación de la moneda, lo que agrava aún más la situación fiscal.
Otra consecuencia importante es la necesidad de recurrir a políticas de austeridad. Los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), suelen recomendar ajustes fiscales para reducir el déficit, lo que a menudo implica recortes en el gasto público y la imposición de nuevas cargas tributarias.
Sin embargo, estas medidas pueden tener efectos adversos sobre el crecimiento económico y el bienestar social, ya que la reducción del gasto en áreas clave como la educación o la salud puede profundizar las desigualdades y frenar el desarrollo.
Soluciones y perspectivas
Para enfrentar el déficit fiscal, los estados en desarrollo deben mejorar sus sistemas de recaudación de ingresos, haciendo que sean más eficientes y equitativos. Esto incluye combatir la evasión fiscal, ampliar la base impositiva y promover una mayor progresividad en los impuestos. Además, es fundamental priorizar el gasto público, enfocándose en inversiones que generen retornos económicos y sociales a largo plazo.
Otra vía es la cooperación internacional, que puede proporcionar alivio temporal a través de la reestructuración de la deuda o el financiamiento concesional. Sin embargo, estas soluciones deben ir acompañadas de reformas internas para asegurar la sostenibilidad fiscal a largo plazo.
En resumen, el déficit fiscal en los estados en desarrollo es un desafío complejo que requiere un enfoque integral, que combine el fortalecimiento de la capacidad recaudatoria, la eficiencia en el gasto público y la colaboración internacional. Solo así estos países podrán alcanzar una senda de crecimiento sostenido y desarrollo inclusivo.
Escribe: Eugenio Méndez